Reírse Cuesta Un Huevo

Ha llegado el invierno a estas latitudes rioplatenses, aunque técnicamente eso no es cierto ya que seguimos en otoño, pero vayan a explicarle eso de las estaciones al desadaptado que maneja la sensación térmica. Cómo venía diciendo, llegó el frío, y con él ya se empiezan a extinguir las voces de murgas que andaban todavía por la vuelta (digamos que se hace difícil eso de andar cantando cuando uno es una máquina generadora de mocos), aunque como siempre, algunas quedan y nos siguen deleitando, otras no tanto, y otras definitivamente son una tortura.

A lo que voy con todo este divague es que, terminada la bacanal, se hace cada vez más difícil encontrar cosas con las cuáles reírse, y más cuando nos damos cuenta que en la OIdRdlP no se vende grapamiel.

Claro, siempre nos queda el recurso de sentarnos en la puerta, a ver si alguien pasa caminando y justo se tropieza y se da de cara contra el piso… pero eso rara vez ocurre, y se pierde demasiado tiempo (créanme, lo he intentado por varias horas, y nada, se ve que no tengo suerte). Pero me dicen que eso de reírse de la desgracia ajena no es de buena persona, así que ya lo voy descartando.

También podríamos apelar a las bromas pesadas entre compañeros de trabajo, ese es un clásico que siempre rinde: un poco de pegamento en una silla, el famoso recurso de la fenolftaleína en el café, o incluso convidar esos mates salados que tantas caras de asco suelen arrancar. Sí, digamos que eso tampoco deberíamos hacerlo, suele ser dañino y perjudicial para aquel que tiene que soportar la broma y, si nos metemos con el preferido del jefe, puede incluso llegar a ser nocivo para nuestra economía.

Así fue que, buscando cosas que me hagan esbozar una sonrisa, llegué a la triste conclusión que me aqueja: Reírse cuesta un huevo. Por suerte, con el fugaz paso de La Mojigata por Buenos Aires, llegaron los huevos a la OIdRdlP, y tuve la dicha de hacerme con uno, sí señores… después de tantos años, y sin necesidad de recurrir a cirugía alguna, me hice de un huevo. Si quieren, podrán decir que es un huevo viejo, pero no me importa, no necesito lo último de lo último, tengo un huevo viejo ¡¿y qué?! Aconsejo a los que anden aburridos que salgan a comprar el suyo, si es que se encuentran en la OCdRdlP, sino, bueno, no soy angurrienta, tengo Un Huevo para compartir.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Reirse cuesta un huevo, eso parece una verdad irrefutable. Incluso para un cocinero, pero lo dejamos ahí (sí bajo tierra).
Lameditación nocturna, post cena y lo de Tinelli, me ha llevado a lugares inusitados. Reirse cuesta un huevo, el problema es que hay gente que le encuentra el pelo al huevo! Así no hay vida que resista...

Anónimo dijo...

A mi no me importa un rabanito reirme. Esto es una falta de respeto hacia la seriedad que la gente le pone a la murga.
Con lo cual no reirme me chupa...
Entonces... reirse y no reirse es lo mismo o gira en torno a ello? Por eso suelen venir de a pares?
Por eso las gallinas andan tan contentas en estos tiempos, y de este lado del plata??
Circunstancias...